jueves, 20 de febrero de 2020

Perfil 

Un alma tranquila y vibrante

Marianita, no la santa, pero sí una madre abnegada

Ella es Mariana de Jesús Navarrete Flores. Sus padres fueron Daniel Navarrete y Virginia Flores. Nació el 21 de mayo de 1936 en Coyagal, un pueblo casi fantasma. Solo cursó la primaria, actualmente es una viuda y ama de casa.

Aún se puede ver los restos de lo que algún día fue su casa, entre los matorrales se logra vislumbrar los adobes y las maderas carcomidas.

Aún se logra ver la belleza que los años se llevaron; entre sus arrugas y cabellos blancos se logra entrever sus mejillas carmesíes, su tez suave y sus ojos cafés claros que parecen haber mirado con tibieza la vida.
El petricor y el olor a rosas mojadas conduce a su nueva casa, detrás de la puerta su voz tenue rompe el silencio. Su caminar ni muy rápido ni muy lento, quizá el caminar del tiempo, la lleva a sentarse a un sillón junto a su perro que empieza a juguetear, debajo de sus piernas se encuentra otro perro muy viejo, del que vaticinan muerte pronta e inevitable.
Con una voz dubitativa dijo: - nací el 36 de… 1936-. Aunque al principio parecía que la memoria le estaba fallando, muy pronto tomaron vuelo sus recuerdos del salón en el ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidados, silenciosos y cubiertos de polvo, emergieron sus más tristes y felices remembranzas esa tarde de un frío febrero.
 Marianita como la llaman muchos, cumplirá 84 años este 21 de julio.
Ella es la sexta de sus nueve hermanos, dos ellos ya fallecidos. Su infancia
comenzaba todos los días al despuntar el alba, arreglaba su cama. Descalza, traía el agua del poguio para el desayuno, luego veía el ganado y los chivos. Cerca de la escuela, había un molino del que salía agua caliente, ahí Marinita se lavaba sus pies para que el maestro no la pegue por llevar los pies sucios.
Marianita confió uno de sus más dolorosos recuerdos de su infancia a Lucía Navarrete, su sobrina. Lucía, entristecida, contó que su tía sufrió mucho en la niñez, había dos niños que mentían a sus madres que Mariana y su hermana Matilde los pegaban, después las madres de estos niños iban hasta la casa de las pequeñas hermanas, más tarde a Mariana y a Matilde les esperaba una buena tunda. Pero eso no es lo peor dice Lucía, un niño inquieto como el diablo, que le decían Tintirillo se orinaba en los chales de las hermanitas y luego las lanzaba a las espinas cuando iban de camino a la escuela.
No sabía que en 1953 su vida cambiaría para siempre. La zozobra reinaba en sus pensamientos, un hombre a lomos de un caballo llegó a Coyagal. Feliza Encalada, una conocida de Marianita develó cómo fue el abrupto pedido de mano – los padres de la señora Marianita pusieron en fila a todas las hermanas, mientras tanto el hombre agreste, como si tratase de comprar algo, señalaba con el dedo a cada una de las muchachitas y decía << esta no, esta no >>, finalmente se quedó con la más joven.
 Apenas a sus 17 años, fue arrancada de su hogar, en contra de su voluntad se caso con Luis Alberto Navarrete Alemán y se mudó a la casa de sus suegros en Malchinguí.
 Antes de darle el sí, Marianita entre lágrimas le imploraba a su madre que rechace la propuesta de matrimonio y la deje vivir con ellos. Pero ella enceguecida por la supuesta riqueza que poseía este hombre, no dio el brazo a torcer.
Asustada por la posible imprecación de su madre, aceptó todo lo que sus padres le dijeron que haga.
- No se vuelva a preocupar por mí, así como me regala a un hombre.
Tres años vivió con sus suegros y cuñadas solteronas, desde que puso un pie en esa casa, su vida fue un tormento, ellas solían cocinar con carne y a Marianita le entregaban el hueso raspado para que cocine, cuando ya estaba la sopa se llevaban hasta el hueso. A pesar de todo no les tenía rencor:
- Ellas pensaban que eso sería un golpe duro, pero no, porque el alimento está en la sopa y no en la carne-. Dijo Marianita.
Cansado de tanta humillación, Luis construyó una casa lejos de su madre, ni siquiera había puertas y así se pasaron a vivir. De todas maneras hasta allí los seguían las cuatro cuñadas: Rosario, Etelvina, Esther y Delia. Ellas ordenaban todo en la casa y Marianita con el carácter suave y sutil dejó que la dominaran. Sus cuñadas incluso le decían cuánto de harina debía utilizar para hacer pan.
Poco a poco se divorció de la familia de su esposo, aunque al principio, Mariana no sentía afecto por Luis, después le llegó a tener voluntad y tuvieron 8 hijos. Pero la cuasi felicidad no le duraría por mucho tiempo, pronto descubriría que su esposo la engañaba, él quería deshacerse rápido de sus hijos para poder irse tranquilamente con su amante, sacándolos de su propia casa.
Un día Marianita pasaba por el pretil del pueblo y desde el otro extremo Matilde Barrera la insultaba, pero ella no dijo ni una sola palabra, no se rebajaría a la amante de su esposo.
Aunque su personalidad es como agua calma en medio de un huracán, ella hizo lo que ninguna mujer del campo haría. Con la mancera en mano, araba con la yunta, Marianita afirmaba que esta labor es muy fácil, dejando incrédulas a más de una mujer.
Empezó a labrar la tierra desde que su esposo falleció. Luis era mayor con 19 años para Marianita y murió a los 56 años con lo que pareciera cáncer de pulmón.
Aunque no lo dice en palabras, quizá por sus buenos valores, sus ojos decían que la muerte de su esposo fue liberadora.
Llevaba en su vientre un bebé cuando enterró a su esposo, desde ahí empezó el trabajo duro, su vida se convirtió en trabajo; o estaba en la cocina o estaba labrando la tierra.
Ella quería un mejor futuro para sus hijos, así que decidió educarlos, incluso fue pionera en la construcción de más aulas para el recién creado Colegio Malchinguí. Vivió penurias durante los años de colegio y universidad de sus hijos, pedía prestado dinero por aquí y por allá para poder abastecer económicamente a sus hijos.
Marianita es un rostro de docilidad y bondad, pero también fuerte y abnegada a la hora de cuidar a sus hijos. Una mujer que enfrentó la soledad, la humillación, el machismo y la violencia, pero que al final del día siempre tiene una sonrisa para dar.
Aunque su cuerpo muestra cansancio, ahí que la ven sentada en su banquito, junto a la chimenea, mientras pela papas, vuelve a encerrar sus recuerdos en el ángulo oscuro y empieza a cocinar la merienda para sus tres hijos, dos nietos y una nuera que viven con ella.
Mi mamá me pegó dos veces, y en la última paliza me dijo que si no me casaba me iba a maldecir.
Por: Fernanda Rodríguez

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