Daniela Freire, estudiante de Odontología
Adaptarse sonriendo…
En el año 2013, llegó a Quito con un sueño: ser odontóloga. A pesar de
las dificultades, la sonrisa en su rostro no se ha borrado.
Se abre la puerta y los cristales en su
rostro, una mezcla de chocolate y miel, transmiten la misma alegría que reflejan
sus labios color rosa. Usa una blusa blanca con estampado de flores, una
chaqueta de cuero negra y un pantalón rosa pálido. Mide 1, 58 m.
Los fines de semana, fuera del rutinario
uniforme blanco de la universidad, sus párpados se tiñen de un atardecer en
gamas de vino, café y dorado.
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¡Hola!
Sigue por favor.
En las paredes, unas de un color durazno
pálido y otras de amarillo, saltan a la vista cuadros y decoraciones hechas a
mano. Apaga la música que suena en el fondo y se sienta en una silla del
comedor del departamento.
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Daniela Freire, nació un domingo,19 de
septiembre de 1993, en la ciudad de Ambato. Pasó su infancia con sus padres,
creando en compañía de sus tías maestras y disfrutando del campo junto con su
“abuelita Margarita”. Tenía diecinueve años cuando llegó a Quito, entre las
lluvias de noviembre, para estudiar Odontología en la Universidad Central del
Ecuador.
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No
he tenido problemas en adaptarme a algo nuevo.
Se graduó en el Colegio Nacional
Experimental “Ambato”, en la especialidad de Químico-biólogo, y siempre tuvo en
claro que quería seguir una carrera referente a la salud.
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Ella
no caminó, ella salió corriendo- dice Myriam Mosquera -Tampoco le gustaba que
la carguen mirando hacia atrás, sino solo hacia el frente. Le gustaba mirar a
las personas.
Myriam, es la mamá de Daniela. Viajó 158
km para compartir con su hija y ayudarla en la semana de exámenes.
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¿Estuvo
de acuerdo con que Dany venga a estudiar a Quito?
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No,
su papá la motivó más en eso, pero es su carrera. Como mamá si me costó - se
seca las lágrimas- la extrañaba.
Daniela vivía en un
cuarto angosto en una casa para estudiantes mujeres, en el barrio la
“Floresta”. Después, se mudó a otra casa para estudiantes en la “Vicentina”, y
desde hace dos años, reside por el sector de la Cuero y Caicedo.
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Admiro
mucho su manera de entregarse a Dios desde sus momentos más alegres hasta los
más tristes. Me encantaba cocinar con ella, y salir a comer golosinas – se ríe-
siempre nos guardábamos comida, y estábamos ahí para escucharnos, hasta
ahora.
Ana Karen Espinoza es su amiga desde
hace cuatro años, llegó de Manabí a Quito para estudiar, y coincidieron en la residencia
para estudiantes. Se vieron hace tres semanas.
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¿Has
pasado algún momento difícil al vivir aquí?
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Ummm,
sí. Creo que también fue porque me enfermé, me caí y me dolía mi columna, y la
medicación que me daban me producía taquicardias. Me acuerdo que mi mami vino a
cuidarme por esos días; casi no dormía, me dio como depresión y ansiedad tres
meses.
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¿Cómo
ha sido el proceso en la U?
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La
U ha sido parte de formar mi carácter, con paciencia y perseverancia. He ido
priorizando a Dios en mi vida, y cada vez que quiero desistir me recuerdo a mí
misma el propósito. Tomo aire y sigo.
La música vuelve a sonar por sobre el
ruido de los carros que pasan por la Av.10 de Agosto, una tarde calurosa de
domingo
Frases:
“Una amistad se
mantiene como una plantita”.
“Los hijos
también tenemos que abrirnos camino”.
Autora: Andrea Freire
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