miércoles, 19 de febrero de 2020

Perfil

Daniela Freire, estudiante de Odontología 

Adaptarse sonriendo…

En el año 2013, llegó a Quito con un sueño: ser odontóloga. A pesar de las dificultades, la sonrisa en su rostro no se ha borrado. 



Se abre la puerta y los cristales en su rostro, una mezcla de chocolate y miel, transmiten la misma alegría que reflejan sus labios color rosa. Usa una blusa blanca con estampado de flores, una chaqueta de cuero negra y un pantalón rosa pálido. Mide 1, 58 m.

Los fines de semana, fuera del rutinario uniforme blanco de la universidad, sus párpados se tiñen de un atardecer en gamas de vino, café y dorado.
-          ¡Hola! Sigue por favor.
En las paredes, unas de un color durazno pálido y otras de amarillo, saltan a la vista cuadros y decoraciones hechas a mano. Apaga la música que suena en el fondo y se sienta en una silla del comedor del departamento.
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Daniela Freire, nació un domingo,19 de septiembre de 1993, en la ciudad de Ambato. Pasó su infancia con sus padres, creando en compañía de sus tías maestras y disfrutando del campo junto con su “abuelita Margarita”. Tenía diecinueve años cuando llegó a Quito, entre las lluvias de noviembre, para estudiar Odontología en la Universidad Central del Ecuador.

-          No he tenido problemas en adaptarme a algo nuevo.

Se graduó en el Colegio Nacional Experimental “Ambato”, en la especialidad de Químico-biólogo, y siempre tuvo en claro que quería seguir una carrera referente a la salud.
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-          Ella no caminó, ella salió corriendo- dice Myriam Mosquera -Tampoco le gustaba que la carguen mirando hacia atrás, sino solo hacia el frente. Le gustaba mirar a las personas.
Myriam, es la mamá de Daniela. Viajó 158 km para compartir con su hija y ayudarla en la semana de exámenes.
-          ¿Estuvo de acuerdo con que Dany venga a estudiar a Quito?
-          No, su papá la motivó más en eso, pero es su carrera. Como mamá si me costó - se seca las lágrimas- la extrañaba.
Daniela vivía en un cuarto angosto en una casa para estudiantes mujeres, en el barrio la “Floresta”. Después, se mudó a otra casa para estudiantes en la “Vicentina”, y desde hace dos años, reside por el sector de la Cuero y Caicedo.  

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-          Admiro mucho su manera de entregarse a Dios desde sus momentos más alegres hasta los más tristes. Me encantaba cocinar con ella, y salir a comer golosinas – se ríe- siempre nos guardábamos comida, y estábamos ahí para escucharnos, hasta ahora. 

Ana Karen Espinoza es su amiga desde hace cuatro años, llegó de Manabí a Quito para estudiar, y coincidieron en la residencia para estudiantes. Se vieron hace tres semanas.
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-          ¿Has pasado algún momento difícil al vivir aquí?
-          Ummm, sí. Creo que también fue porque me enfermé, me caí y me dolía mi columna, y la medicación que me daban me producía taquicardias. Me acuerdo que mi mami vino a cuidarme por esos días; casi no dormía, me dio como depresión y ansiedad tres meses. 
-          ¿Cómo ha sido el proceso en la U?
-          La U ha sido parte de formar mi carácter, con paciencia y perseverancia. He ido priorizando a Dios en mi vida, y cada vez que quiero desistir me recuerdo a mí misma el propósito. Tomo aire y sigo.

La música vuelve a sonar por sobre el ruido de los carros que pasan por la Av.10 de Agosto, una tarde calurosa de domingo
 

Frases:


“Una amistad se mantiene como una plantita”. 

“Los hijos también tenemos que abrirnos camino”.



Autora: Andrea Freire 

 

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