jueves, 20 de febrero de 2020

 Testimonio 
El sendero de los atados de dulce

Mi abuelo era un arriero

Se podría decir que lo que les voy a contar es una mezcla ecléctica de mis recuerdos, que a su vez son los recuerdos que mi papá me contaba acerca del trabajo de su padre.

Cuando mi padre y yo solemos ir de caminata por el campo siempre me cuenta historias de su vida, pero la que más me ha rondado en la cabeza es la de mi abuelo que, por cierto, nunca lo conocí. Y aunque cuando era una bebé mi abuelo dijo que era su nieta fea, yo no le tengo rencor.
Mi papá me había contado que, desde muy pequeño, junto a sus 5 hermanos, se convirtieron en hombres de la casa porque por 15 días su padre, es decir mi abuelo Luis Alfonso Rodríguez Flores se encaramaba a un macho.
Cuando mi papá me dijo – “Se trepaba a un macho” –. Yo le dije ¬ – ¡¿Un macho?! – Un poco cansado de mis preguntas (porque soy muy curiosa), me dijo – verás - y me dio una reveladora clase de biología con toques de misticismo – El macho y la mula nacen de una yegua y un burro, un romo nace de un caballo y una burra –. Pero papá, por qué el macho y la mula no pueden tener crías – Los mayores dicen que la mula fue maldecida por Dios, en lugar de calentar el pesebre del niño Jesús se comió la paja y desde ahí ya no puede tener crías.
Se llaman machos porque son muy fuertes, muchísimo más que los caballos, pero eso sí, mi abuelo Luis les dejaban a los machos en el páramo para que descansen y coman por 15 días. Cuando tenían que bajar a los animales al pueblo, su séquito de hijos lo acompañaba, porque, así como eran de fuertes, eran de indomables, tan indómitos que atraían hasta los rayos, así murió uno de ellos; le partió un rayo.
 Una vez que conseguían que bajen las bestias (como las decía mi abuelo) del páramo, se echaba a caminar a Inta con sus 6 machos y a veces con algún hijo, pero siempre llevaba un poco de comida que su esposa le alistaba en su bolsa. Mi abuelo se montaba en una yegua madrina , y desde allí arreaba a todos sus machos, he ahí la palabra: “arriero”.
Las bestias de carga caminaban por caminos muy estrechos, que cuando los alcanzaba la lluvia, estos se convertían en verdaderos obstáculos. Una vez cuando ya estuvo de regreso a casa con las cargas, un macho se resbaló por el piso mojado, solo se escuchó un estruendo, el abuelo se acercó un poco al precipicio; el macho muerto y la carga estropeada.
Pero bueno, no nos adelantemos, el viaje hasta su destino comercial le tomaba 6 días de ida y 7 de regreso, dependiendo del temporal.
 Una vez que llegaba a Inta, compraba atados de dulce (así se llamaba la panela antes), pero no esa panela molida que venden ahora, era sólida como un banco.
Inta es un pueblo de clima templado en el que se cosechaba caña de azúcar para la fábrica de dulce. El Abuelo solía decir que sabía que estaba cerca de Inta cuando empezaba a oler a dulce.
Descansaba una noche y antes de despuntar el alba, uno tras de otro, tomaba sus machos cargados de los atados y regresaba a su casa, dejando atrás el endulzado aire.
En las noches se guarecía del frío en los tambos, que eran más o menos como hoteles que brindaban comida para el arriero y pasto para los animales. Muy en la mañana ponía la carga de dulces en lomo de sus seis machos y emprendía el viaje hasta el próximo tambo.
Mi papa decía – Nosotros (él y sus hermanos) ya lo veíamos que venía desde lo lejos y esperábamos con ansias que ya llegara, porque a veces nos traía alfeñiques y como antes no había golosinas como ahora, eso era un verdadero manjar–.
Mi abuelo dormía mucho, al día siguiente dejaba a los machos en el páramo y regresaba a casa a restablecer el orden por sus días de ausencia.
El destino del dulce en manos de mi abuelo había terminado, ahora la posta la tenía mi abuela, ella cargaba los atados de dulce en la yegua y luego se iba al pueblo cercano a venderlos. Se sentaba en la plaza y con la noche terminaba la venta, a oscuras regresaba a casa con unos cuantos reales.
 Así termina el viaje de un arriero, los arrieros no solo eran comerciantes de dulce, eran de todos los productos que necesitaban los pueblos y las grandes ciudades. Si de casualidad alguna vez miras un camión transportando alguna cosa, recuerda que detrás de ellos, se encuentra la historia un arriero y su macho.
Hay que andar ligero, ligero para ser arriero
Por: Fernanda Rodríguez

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