jueves, 20 de febrero de 2020

PERFIL: Dulce de manzana

Las verdades de mi abuela por Jessy Quitiaquez

A ella no le gusta las fiestas, ni el ruido, ni los borrachos, ni niños mimados por sus padres, ni los hombres infieles, ni las mujeres fiesteras, ni que las plantas estuvieran mal cuidadas, ni que la casa este alborotada, ni que la ropa este tirada en el piso.
Me parece un poco dramático su sentido de ver las cosas y en algunos casos hasta desconsiderado con ella misma. También se me hace excesiva la forma en que siempre busca expresar la verdad. Mi abuela odia las mentiras, siempre desconfía de los demás. Mi abuela jamás se queda callada, siempre en voz alta y sin rodeos expresa lo que siente y expresa sus opiniones. En varias ocasiones la veo en conflictos por decir la verdad e incomodar a los demás, para ella lo peor del ser humano son las mentiras y no hay mentira blanda que sea ocultada o perdonada.
Cuando nacieron los primeros nietos, aprendió a manejar sus intolerancias, para no sufrir a costa de ellas y no recibir reclamos de sus hijos. Ya no perdía el tiempo enojándose por los ruidos o la música, sino que en ocasiones se unía a ellos o buscaba un lugar para relajarse y poner a salvo su tranquilidad.
En el fondo de ese sentido, mi abuela es como un dulce de manzana que se deshace en el paladar: nos hacía cosquillas hasta sacarnos las lágrimas, nos reglaba dulces a escondidas de nuestros padres, nos contaba cuentos apagado los focos y una linterna en la mano. Si yo tuviera la oportunidad de elegir lo imagen con la que quisiera irme de este mundo, escogería el siguiente recuerdo. Tres de diciembre de 2014.Yo tenía quince años. Estaba en una de las mejores etapas de mi vida, fue extraño porque creí que nadie se acordó de mi cumpleaños, al llegar a mi casa me encontré con una carta y una guitarra me había regalado mi abuela, con una de sus advertencias favoritas y únicas:
—Mi cheche, esa guitarra es lo más valioso que tengo. Trátalo como si fuera un pedazo de tu corazón.

Sin embargo, esa tarde, en vez de andarme con cuidados con la guitarra, como ella lo dijo, pedí a mi padre que me llevara a comprar decoraciones y le retoquemos ciertos detalles. Cuando regrese y empecé a practicar ciertas músicas en la sala de la casa era evidente que se percatara de todos los cambios que le realice. En ese momento en voz alta le dije:

—Mira lo que compre, abuela.

Su semblante pasó sin ninguna transición de la rabia al regocijo. Me abrazo, me apretó emocionada contra su pecho, una grande sonrisa formaba su rostro, se sentó junto a mí y empezó a cantar, como celebrando la decoración extraña de su guitarra.

Autor: Jessy Quitiaquez 

No hay comentarios:

Publicar un comentario