miércoles, 19 de febrero de 2020


No existe límite de edad para perder la virginidad 

Una tarde de alcohol, juegos y amigos puede ser peligrosa, ahora sumémosle la presión social. ¿En qué puede acabar?

     Hace 5 años, cuando yo era más joven e ingenua, tendía a dejarme llevar por las emociones del momento; abandonando incluso, mis propias convicciones. Una tarde después de salir del colegio, junto con una amiga, fuimos a la casa de su pareja. Él se encontraba con Miguel - su amigo- a quien yo llevaba días de haberlo conocido.

     Ellos nos esperaban con una botella de licor, el cual era repartido de acuerdo a las reglas del típico juego de cartas “anillo de fuego”. A pesar de ser muy conocido, era la primera vez que lo jugaba. 
    El ambiente empezaba a tornarse agradable. El alcohol empezaba a hacer efecto en los cuatro. Sinceramente, me estába divirtiendo.
     Cuarenta minutos después, nuestros rostros se tornaron a aburridos. El novio de mi amiga propuso jugar verdad o reto. Todos aceptamos. Una vez gastadas las dos rondas de preguntas que nos correspondía a cada uno, empezaron los retos que cada vez se iban poniendo más intensos y vehementes.
    Para el cumplimiento de los desafíos nos pusimos en parejas. Obviamente mi amiga con su novio y pues yo, con Miguel. Después de una serie de retos como: bailar, beber alcohol del ombligo del otro, besos de segundos en la boca y cuello, morder sensualmente la oreja e incluso más extremos como lamer el pectoral de la pareja y mientras los vasos de alcohol iban y venían; la situación empezaba a intensificarse.

     Era mi turno, me enviaron con Miguel, por unos minutos a uno de los cuartos de la casa. Él era simpático, con buena energía y me pasaba con 4 años de edad.
 Acto seguido, él empezó a besarme y a acariciarme. En un abrir y cerrar de ojos, me encontraba acostada sobre la cama con su cuerpo encima de mí.
-Hoy es el día, pensé. Hoy dejaré de ser virgen.
     Creo que estaba ansiando el momento. Todas mis amigas ya habían dejado de ser puras, entonces, me sentía con la presión de que yo igual, debía de dejar de serlo. Reconozco que ese era un pensamiento estúpido. Que no solo había sido implantado por los adolescentes “experimentados” sino también, por la imagen que emitían las industrias culturales americanas en las películas en las que, las mujeres que seguían siendo vírgenes en colegios, universidades eran mal vistas por sus compañeros y abusadas verbalmente.
     Sin embargo, mientras él seguía estimulándome. Yo no podía dejar de pensar en que podría quedarme embarazada a la primera, de que si realmente estaba haciendo lo correcto. Como enfrentaría después este acto. Miles de preguntas invadían mi mente. –Un par de lágrimas se deslizaban por mis mejillas-.
Miguel, al ver mi falta de excitación, me preguntó: ¿Cuál es tu punto sensible?
- A lo que yo respondí con un no sé.
- Como no vas a saber. Él no sabía que yo era inexplorada, nunca se lo dije.
     Enseguida, me di cuenta que aún no estaba lista emocionalmente para, cometer el acto. Así que, lo aparte de mí. Afortunadamente él no me pregunto porque ni tampoco se ofendió. Cuando uno va madurando aprende que todo tiene su tiempo. La vida es larga como para poder vivirla por etapas y muy corta como para poder regresar al tiempo atrás.

     Ya estando en la universidad me doy cuenta que hay muchas chicas como yo, pero a muchas de ellas les da vergüenza reconocer que siguen siendo vírgenes por miedo al qué dirán. Los pensamientos se han invertido. Antes era mal visto que una mujer tuviera sexo antes del matrimonio.
     Considero que no hay edad exacta para que la flor se abra, siempre y cuando estés cómoda, segura y consiente del acto y lo que implica en él. 

DATO
Hoy, a mis 23 años y aun siendo virgen, me sigo reprochando ese día y el error que estuve a punto de cometer. Pero si bien es cierto, uno no aprende hasta que se equivoca. 





ESCRITO POR: Fernanda Gabriela Pazmiño





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