jueves, 20 de febrero de 2020

Testimonio: La Phaqcha del Rumibosque

En el cantón Rumiñahui hay una mágica sorpresa.

La Phaqcha del Rumibosque

El calor azotaba la ciudad de Quito, las primeras semanas del nuevo enero, era el clima perfecto para viajar.

Era sábado por la tarde y me dirigía hacia el Valle. El punto de encuentro era el Parque Turismo, en Sangolquí. Allí junto a mis amigos tomaríamos un bus hacia Loreto, para luego ir una hora de camino a pie, y llegar a las cascadas del refugio Rumibosque.
Ellos estaban ya esperándome: Kevin, Joel e Iván. Recuerdo que había sido un día soleado, y en el atardecer, el cielo se tiñó de un rojizo o muy intenso y brillante, no había ni una nube, prometía ser una noche despejada.
El viaje en bus hasta Loreto duró 40 minutos, sin embargo, fue suficiente tiempo para que llegara la noche. Emprendimos camino, el sendero se volvió tierra, césped, y árboles; nos detuvimos un momento, alzamos la mirada y en medio de la oscuridad estábamos, nosotros, el bosque y el firmamento.
Al llegar pagamos la entrada, y escuchamos las indicaciones que el guía tenía para nosotros, advirtió que tuviéramos cuidado, pues el camino era un poco dificultoso. Bajamos por unas gradas, no eran las peores, pero daban vértigo, estaban junto al acantilado, eran de madera, muy estrechas, y estaban sostenidas solo con palos y alambres. Al terminar caminamos muy poco y nos encontramos con la primera cascada, junto a ella estaba el lugar perfecto para armar la carpa.
Una vez listo nuestro refugio para la noche, encendimos una fogata con leña que habíamos recogido en el camino, nos sentamos a conversar, a beber y fumar, hasta que hizo frío suficiente para hacernos entrar, no sé en qué momento nos dormidos.
Nuestro plan del día siguiente era ir a las cascadas y nadar en el río, así que nos levantamos temprano, recogimos el campamento, y partimos. Las cascadas estaban seguidas una de la otra, llegamos a la segunda casi de inmediato -en el trayecto encontramos, a un lado del camino un letrero que decía “baño ecológico”, y junto se encontraba colgado un papel higiénico-. Seguimos hasta que vimos la tercera cascada, era hermosa, el agua que de ella caía brillaba y formaba un lago para bañarse, desembocaba en un río pedregoso, y su sonido retumbaba en todo el bosquecito que la guardaba.
Junto a ella estaban unas gradas en desuso, Iván y Kevin subieron a explorar, cuando bajaron me contaron que habían visto un arcoíris en el agua -Iván dijo que era la casa de un duende-. Joel logró subir todos los escalones y llegar a la cima. Yo estaba acostada en la orilla del río, en el césped, metiendo las piernas en el agua y recolectando piedras, me cubría del sol con una sombrilla negra y miraba el cielo azul.
Esperé a no soportar más el calor y llegado el momento me lancé de un chapuzón al río y sentí como el agua me refrescó. Los chicos también se metieron, nadamos y jugamos vóley, luego salimos a secarnos con el sol. Mi memoria lo recuerda como uno de esos días “perfectos de verano”, el cielo tenía una tonalidad azul turquesa resplandeciente, la luna estaba en lo alto, y junto a ella, el sol.
Llegó la hora de partir, levantamos el campamento agotados, volvimos por el sendero que habíamos recorrido oscuras, al ver las gradas me sorprendí, era muy alto, cálculo que unos 25 metros. Subimos de a poco pero “sacados el aire”.
Llegué a casa, muerta de cansancio, pero feliz. Es sorprendente la alegría que son capaces de producir en nosotros las cosas más simples. Mientras tomaba un baño, recordaba el agua cristalina, refrescante y sanadora de la Phaqcha del Rumibosque. 


“En huida del calor, el Rumibosque me llegó”
“Es sorprendente la alegría que son capaces de producir en nosotros las cosas más simples”


Autor: Benecir Vega

No hay comentarios:

Publicar un comentario